Tomar perspectiva

Cuando los diez centímetros de unos tacones no son suficientes para mirar los contratiempos por encima del hombro, mejor que agobiarse, es tomar un poco más de altura.

Siempre me ha gustado viajar en avión. Es una sensación de "casa", como cuando jugabas al escondite y corrías hasta el lugar seguro.
Uno de mis momentos favoritos es el aterrizaje, cuando las hormiguitas van cobrando vida y dibujan las estructuras de las ciudades con sus carreteras, coches circulando, la gente paseando...

Estos días que estoy deportada, cuando La Estreñida pierde los papeles, o PontoNada no se aclara, sólo tengo que mirar por la ventana para ver La Coruña a mis pies. Me entretengo perfilando el paseo marítimo, siguiendo la trayectoria del tranvía o viendo cómo las olas baten contra las rocas bajo la permanente vigilancia de la Torre de Hércules.



Me fascina observar las grúas en el Puerto y tratar de ubicar mis playas queridas de Ares y Chanteiro, imaginándome por unos segundos que estoy tumbada sobre su arena blanca.


Y tratar de localizar los edificios emblemáticos de la ciudad.


Como un "¿Dónde está Wally?" de la arquitectura urbana.

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